Por María Nava

En noviembre del año 2019 se desató un virus que colapsaría el mundo, no solo a nivel médico, sino también a nivel social, económico y cultural. En México, en marzo de 2020 tuvimos que aprender a vivir de una manera distinta, muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de quedarnos en casa, trabajar a distancia y ver desde la perspectiva cómoda al mundo siguiendo su curso, con la vista fija en los noticieros o medios que informaban las nuevas cifras de muertos o contagios.

La otra realidad era distinta, pues muchos mexicanos no podían quedarse, tenían que salir de casa, y no solo luchar para ganarse la vida de forma honesta, ahora también tenían que luchar contra un virus que, hasta médicos y científicos, desconocían.

A estos grupos, también se les sumaba un grupo de personas incrédulos, que no creían en la enfermedad, muchos de ellos pensaban que era una cortina de humo del gobierno, una peste mandada por alienígenas, o un nuevo orden de población mundial para erradicar la sobrepoblación. Eran muchas las ideas, la desinformación reinaba y las fake news se reproducían a gran escala en redes sociales, donde no faltaba el remedio mágico para curar al COVID— 19.

El Covid ahora es conocido y temido por casi todo el mundo, que a la mala nos hizo creer su existencia al arrebatarnos a amigos, compañeros de trabajo, vecinos y familiares. Es un virus que, a cada minuto, sigue cobrando miles de vidas en todo el mundo y a pesar de los esfuerzos en la vacunación, aún no se puede erradicar.

Los hospitales no tienen camas libres, porque hay mucha gente esperando el acceso a cuidados intensivos o intubación. El país tiene una de las tasas de contagio más elevadas del mundo entre el personal de salud, así como una de las tasas de letalidad general más altas del planeta. La reapertura de las actividades con los actuales niveles de contagios y fallecimientos se considera mucho más riesgosa de lo que todos queremos aceptar. En esa otra epidemia, los pronósticos son desoladores y México es motivo de alarma internacional.

Muchos de nosotros ahora mismo, estaremos culpando a los medios de comunicación, a las empresas de salud y al mismo gobierno por una negligente administración de la pandemia. Y como buenos expertos en el área de salud y economía, hablamos de cómo nosotros haríamos mejor las cosas…

Lo cual resulta bastante irónico pues muchos de nosotros no pudimos ni quedarnos en casa cuando se nos pidió, seguimos saliendo de forma lúdica a centros comerciales, plazas públicas y demás lugares de recreación, organizando y yendo a fiestas, porque simplemente “Estábamos cansados de estar encerrados todo el día”, cuando miles de médicos se la vivían encerrados todo el tiempo para salvar a cientos de personas en hospitales.

En los primeros días de agosto, las cifras llegaron a más de 140,000 casos positivos en menores de edad. Aunque la mayoría de los niños infectados experimentan síntomas leves, ya abundan los informes de niños previamente sanos que se enferman de manera crítica. A diario, más de 200 menores de 18 años son hospitalizados debido al COVID-19.

Tristemente, nuestra sociedad es culpable del hecho de que los niños estén pagando las consecuencias generadas por adultos irresponsables y políticas públicas insensatas. Como resultado, los padres y madres, con hijos demasiado pequeños para recibir la vacuna, deben asumir solos la tarea de protegerlos para reducir el riesgo.

Esta pandemia vino a desnudar la falta de empatía de muchos mexicanos. Sí, somos aquellos que seguimos invitando a los extranjeros porque somos “demasiado hospitalarios” pero que, al momento de tenderle la mano a un hermano, le damos la espalda y nos preocupamos por nuestra propia comodidad y felicidad. Tristemente, se puede ver aún, porque todavía hay miles de mexicanos luchando por su vida en un hospital, mientras que muchos de nosotros, relajados ante un semáforo naranja que, aún representa gran peligro, seguimos yendo a fiestas, no usamos cubre bocas y no queremos ser vacunados porque le tenemos miedo a una vacuna.

No somos la especie dominante del planeta por accidente. Tenemos grandes técnicas de supervivencia. Y sobreviviremos. Sin embargo, dudo que se produzca una revolución social debido a las lecciones de la pandemia. Pero sí, claro, uno puede esperar una mejora y luchar por ella. Quizás las nuevas generaciones construyan un mundo mejor, y aprendan importantes lecciones para no repetirlas en el futuro.

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