Por Darth Mortus

En columnas anteriores hemos descrito de manera general en qué consiste el satanismo, quién lo creó y los lineamientos que lo componen. En esta ocasión iremos a un plano más personal, ya que describiré cómo es que llegué a este conocimiento, también los antecedentes que me llevaron hasta ahí y el impacto que tiene en mi forma de pensar y de ver la vida en general.

Empezaré puntualizando que fui criado como católico desde mi nacimiento: fui bautizado, hice primera comunión, asistíamos a misa TODOS los domingos, hacíamos ayuno de carne todos los viernes durante la cuaresma, participamos en los eventos religiosos de semana santa, realizamos rosarios, platicamos con el padre después de cada misa, en fin, la creencia en la religión católica me fue inculcada desde temprana edad. Al principio no me parecía raro esto, además de que la idea era bastante simple: si te portas bien y crees en Dios, puedes vivir eternamente en la gloria. Pero a medida que fui creciendo la idea de entregarte en cuerpo y alma a un ser que no puedes ver, además de honrarlo a través de diversas formas que me parecían aburridas ya no era tan coherente, principalmente por la simple idea de que no se podía demostrar de manera concluyente su existencia, y que se tiene que tener fe para esto. 

Mi carácter rebelde y un poco desafiante ante las figuras de autoridad empezó a alejarme de la religión, me parecía fútil la idea de un ser que te observa y sabe lo que haces todo el tiempo, y toda esta rebeldía se vio incrementada por la adolescencia, además de otorgarle un poco de dirección, una mala dirección pero al final una que tuve que experimentar por mi cuenta.

Después de renegar de la idea de Dios el siguiente paso fue la desobediencia, y cuando mencioné sobre una mala dirección a esto es lo que me refiero, ya que debido a mi poca edad y experiencia, sumado a todas esas hormonas que trae la adolescencia, en mi mente estaba la idea de no solamente desestimar la idea de una religión, sino también de desestimar a todas las personas que lo practicaban, sintiéndome superior por no ser parte de los borregos que siguen a un ser que no existe y adorando imágenes o muñecos.

Durante esa misma época mi conocimiento sobre el diablo era mínimo, sabía solamente lo que aparecía en la biblia, lo que contaba la gente, leyendas y lo que las personas relataban en el legendario programa de radio “La Mano Peluda” del cual era fan y escuchaba siempre que estaba al aire en un pequeño radio portátil que tenía en mi cuarto, acostado y acompañado solamente de la noche. He de reconocer también que no me acercaba al diablo y a su doctrina por miedo, miedo a que realmente mi alma fuera a servir eternamente de tizón del diablo, mi idea de dejar la religión no estaba bien fundamentada como lo estaría después, y estaba basada simplemente en llevar la contraria, un sentimiento puramente juvenil.

Claro que todo esto no quedó solamente en una etapa, sino que esto siguió creciendo a tal punto de que realmente ya tenía dudas serias de que dios no existía, pero jamás las expresé en voz alta, y todo esto culminó en un momento en el que decidí expresarlo abiertamente en el lugar y con la persona menos esperada.

En una de nuestras tradicionales visitas a la misa dominical era mi turno de pasar a confesar mis pecados, lo cual hice más por obligación que por realmente sentir que necesitaba alivio. Sin embargo en esa ocasión en especial solamente confesé un pecado, uno que no había expresado y que era realmente grave: confesé ante el padre no creer en dios. Recuerdo perfectamente cómo me sentía mientras decía esto en voz alta por primera vez, incluso titubeé antes de decirlo: me invadió un sentimiento de culpa y de vergüenza por no sentir dentro de mí la presencia de dios, de haberle fallado por expresar esa idea tan impía en su templo sagrado, me sentía realmente apenado, incluso arrepentido por ser una oveja descarriada. 

Siendo honesto no recuerdo lo que dijo el padre después de que confesé, sé que dijo algo pero no recuerdo esa parte, solamente la penitencia que tampoco cumplí (1 padre nuestro y 1 ave maría), además esperaba que al final de misa la persona que escuchó mi confesión se acercara ya sea a mí o a mi familia para poder platicar sobre algún curso o plática en la iglesia, sin mencionar nada de lo que había dicho pero procurando que mi alma se salvase, o algo así. Pero no fue así, nadie se acercó ni trató de regresarme al camino del bien, no lo tomé como indiferencia ni lo hago ahora, probablemente de todas las personas que escuchó confesiones la mía era la menos grave, o al saber que lo había expresado un adolescente lo tomó como algo pasajero, incluso él probablemente experimentó algo similar en algún momento.

Después de esto, decidí que era hora de coquetear con el diablo, ya que después del desencuentro que tuve con dios en su propia casa, empecé a leer libros que trataban temas sobre el ocultismo: adivinación, demonología, grimorios, etc. En honor a la verdad debo decir que esta información era realmente de dudosa calidad, ya que estos libros tenían como principal propósito impresionar a las mentes temerosas de la ira del señor, de cualquier forma yo devoraba toda esta nueva información sin hacer distinciones.
En una de mis acostumbradas visitas a las ferias de libros que se instalaban en el zócalo de mi ciudad, mi paciencia y avidez por aprender se vieron recompensadas: ante mí se presentaba Lucifer en forma de conocimiento, y me estaba mostrando dos de los libros que me abrieron las puertas de la percepción: “La biblia satánica” y “Rituales Satánicos” de Anton Lavey. 

Como ya había dicho, yo era un joven estudiante y contaba con un presupuesto limitado, pero poseer esos libros era imperativo, aunque sin importar mis ganas y contando con el hecho de mi falta de dinero, me ví obligado a escoger solamente uno y escogí el de “Rituales satánicos” jurando que regresaría por el otro, cosa que nunca pasó y hasta ahora no ha pasado, y aunque ya lo he leído no lo he podido conseguir. Una vez adquirido el libro seguía leerlo, y reconozco que a medida que avanzaba con la lectura mi extrañeza fue mucha al encontrarme con pasajes que hablan sobre elevar la mente, abrazar tu parte humana y rechazar doctrinas antiguas, pero al final entendí de qué trataba este satanismo que veía ante mí, era como si Baphomet me guiara con la antorcha que tiene sobre su cabeza hacia un conocimiento mayor, vasto y libre por asimilar: sin reglas, sin ataduras, sin dioses.

En ese entonces no lo sabía, pero después de esto las cosas se complicarían, y es que la parte divertida había terminado, la etapa de la rebeldía había servido su propósito, ahora seguía el camino del compromiso, del desapego y de limpieza mental, el diablo me mostró solamente el camino pero era yo quien debía recorrerlo solo. Pero dejaremos la continuación de mi historia para la siguiente ocasión.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *