Por Liliana Becerril Rojas

Más que un lenguaje inclusivo, hoy necesitamos un discurso incluyente que se concrete en hechos y realidades en todos los ámbitos de vida de las personas que integramos nuestra sociedad. La inclusión implica, por sí misma, el reconocimiento y la aceptación de la diversidad; una diversidad compleja que ofrece un prisma de observación de los hechos y desde el cual generamos las vastas interpretaciones que dan sentido y forma a nuestras realidades. En eso radica la importancia de saber escuchar sin prejuicios.

Actualmente, ante la evidente gama de visiones que existen del panorama social de Tlaxcala y el mundo, resulta inviable pretender tener la verdad absoluta, porque frente a un acontecimiento cada quien reacciona y acciona desde sus condiciones específicas, sus posibilidades y desde sus convicciones. La inclusión implica dar voz y luz a esas posturas alternas a las propias, aún a las que podrían lucir antagónicas, porque son parte del escenario sociopolítico y cultural, porque hacerlo aporta información vital para crear soluciones efectivas que atiendan las demandas de todas las personas, de todos los integrantes de todos los sectores de la población.

Por otra parte, la inclusión no solo es el reconocimiento de los derechos de las personas más allá del género, la edad que tengan o la doctrina religiosa, las preferencias sexuales o las tendencias políticas que abanderen; también implica la aportación que las personas debemos hacer a la sociedad para que se convierta en un espacio de desarrollo en el que todos quepamos, en el que todos tengamos las mismas posibilidades, las mismas garantías y las mismas obligaciones. Desde esta perspectiva, la participación social es una responsabilidad que corresponde al derecho a ser incluido en la dinámica social y generar las condiciones necesarias para que las propuestas que se realicen sean escuchadas y las demandas, atendidas. En ello se refleja la igualdad.

La trascendencia de la inclusión en la realidad impacta de forma determinante la manera en que nos relacionamos y es entonces que las palabras toman una dimensión relevante y va mucho más allá de pretender feminizar al lenguaje, lo cual es un error porque promueve la segmentación, la división y la discriminación de género. El ideal de la inclusión es que las características específicas de las personas no sean condicionantes para recibir los beneficios de una sociedad equitativa, justa y democrática, puesto que la inclusión es el fundamento de la construcción de la base social.

En este sentido, la gobernanza y las políticas públicas deben sustentarse sobre el valor de la inclusión al escuchar y atender las necesidades y requerimientos de todas las personas, a fin de crear la infraestructura indispensable que nos otorgue las mismas condiciones a los ciudadanos, para ser copartícipes en la construcción de la sociedad que nos albergue, que haga suyas nuestras necesidades y genere las soluciones adecuadas para que todos podamos aportar y disfrutar de los beneficios que ofrece: un espacio seguro para el desarrollo, el bienestar, la justicia y la paz social.

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