Por Liliana Becerril Rojas
El reto más desafiante que encara la mujer hoy en día es abrir su propio espacio de desarrollo y mantener un equilibrio entre todas sus esferas de vida, libre de los límites establecidos por los principios ideológicos patriarcales, desde los que se contempla el ejercicio de sus derechos como un privilegio condicionado al cumplimiento de las expectativas creadas de su rol tradicional.
La ruptura de viejos esquemas que delimitan el crecimiento de las mujeres es un proceso que inicia desde el interior hacia afuera, de manera que su liberación parte del planteamiento de otras posibilidades alternativas que garanticen la satisfacción de sus propias inquietudes y necesidades, sin que tenga que cifrar la validez de sus aspiraciones por medio de la aprobación de terceros, especialmente en aspectos que suelen someterse a la validación de una ideología patriarcal que cada vez pierde más vigencia frente a una realidad evidente: la igualdad de género es una imperiosa necesidad.
El cuestionamiento de las bases ideológicas que sostienen a la dinámica social en la que las mujeres acceden a sus derechos como privilegios especiales genera una nueva interpretación de la realidad, una nueva lectura de su participación dentro de un marco en el que el género no es un aspecto determinante para ejercer su derecho a contribuir en la creación de la sociedad que ofrezca el desarrollo que requieren las personas.
Sin embargo, para que esta participación sea consistente es necesario que haya interacción sorora entre las mujeres que conduzca un descubrimiento de su propio potencial y que geste una nueva percepción de sí mismas que les permita integrar todos sus recursos y componentes a fin de que se sepan merecedoras de mejores de condiciones de vida, de oportunidades reales e incondicionales para ser y hacer lo que deseen, para brindar su aportación como personas, como profesionales, como seres productivos y como mujeres, dando forma a esa sociedad que construyen día con día, sentando nuevas bases que garanticen su intervención en rubros tan determinantes como la política, la economía o la cultura, asumiendo liderazgos reales y exitosos a partir de una capacitación efectiva y actual para diseñar nuevos lineamientos integradores que contribuyan a buenas prácticas que impacten todos los aspectos de la sociedad.
El desafío encarado por las mujeres también involucra a los hombres, a fin de que puedan verse reflejados en esa contraparte que da equilibrio a la sociedad y al enriquecimiento desde su núcleo, la familia, a la comunidad, a las instituciones y desde la empatía generar prácticas que sienten nuevas formas de relacionarse en las que el género no conforme un criterio determinante para validar los derechos y las obligaciones de cualquier integrante de la sociedad.
Las mujeres que han desarrollado la capacidad de autoconocimiento son conscientes de sus recursos y potenciales e impactan de forma notoria a la sociedad, de manera disruptiva por lo que gestan nuevas dinámicas de interacción, dinámicas basadas en la sororidad como valor integrador.
En Tlaxcala es imperativo fomentar esta integralidad para propiciar cambios significativos que se conviertan en leyes útiles, nuevas políticas que den forma y sentido a una cultura inclusiva que se manifieste en más espacios de desarrollo para todos.